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Aimara la alumna que emocionó a todos 

En una reunión de grandes, de “conocedores” de la problemática de violencia sobre los docentes, una alumna pide la palabra. Tal vez (no lo sé) cansada de escuchar a los directivos, decir sin decir. Su voz irrumpe desde su cuerpo frágil, encogida de hombros, con los ojos vidriosos, y un nudo que parte desde su ser más profundo y se confunde en su garganta.

Aimara no levanta la voz, es casi monocorde, pero concisa en lo que dice. Logra lo que no habían podido lograr quienes (o algunos) le antecedieron en la palabra; que le crean. Hace una pausa, piensa lo que dice y el silencio dentro de la sala de reuniones en Jefatura Distrital de Educación es total; nadie se atreve a interrumpirla. Jefes de educación, docentes, gremialistas, exdocentes la escuchan.

Aimara dice lo que muchos piensan; dice lo que tiene que decir. No le da vueltas a la situación. No tiene que quedar mal o bien con nadie. No tiene temor; el temor que parecen tener quienes tienen que tomar decisiones, y dan vueltas en palabras políticamente correctas, pero vacías de consideración. Hablar para los Jefes, sin querer herir susceptibilidades y el miedo de ya no poder ser más parte de los flashes del poder, pero que las alejan de las aulas.

Les dice que le parece injusto que adelanten la mesa de examen, a la alumna que reprobó, basado en un acto de violencia. Les dice, con sus palabras, de que sirve el esfuerzo de los que estudian, si ellos como máxima autoridad de educación van doblegarse y ceder ante la violencia.

Aimara no tiene esos dilemas; y hace lo que nadie de la jefatura de Educación parece hacer. Defender a la docente agredida. Se apoya contra la pared y sin pausas, pero de forma clara pide que Dominica vuelva a clases; la llena de elogios, la describe como una docente con vocación “de las que quedan pocas”, dice Aimara, y esas palabras interpelan a las presentes, que disimulan con una sonrisa nerviosa lo que una chica, una estudiante les espeta sin compromisos.

“Es de las profesoras que si tenemos un problema habla con nosotros, nos permite debatir en clases, siempre nos apoya”, dice Aimara, entre otros tantos adjetivos calificativos, para sentenciar: “Dominica no se merecía lo que le paso”.

Aimara habla y les dice. Las respuestas son de compromiso, porque no hay respuestas concretas. Una adolescente, sin preguntarles; con solo decirles lo que siente las dejó sin respuestas.

Hay un viejo dicho que expresa que los Jueces hablan con sus fallos; los directivos acá hablarán con la decisión que tomen.

Aimara termina de hablar; pero no terminará de decir. Cuando sale de la reunión va a recibir una ovación de los presentes. Sus palabras dejaron en claro que Dominica ya ganó. Y que dejó o deja, una marca imborrable para quienes fueron sus alumnos y para la educación, el lugar, que como Dominica expreso: “donde mejor me siento después de mi mesa familiar”.

 

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