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Danzando sobre el asfalto: pehuajenses en dos ruedas

Danzando sobre el asfalto: Viajes en dos ruedas

“Lo que teníamos en común: nuestra inquietud, nuestro espíritu soñador y nuestro incansable amor por la ruta”, reflexionaban Ernesto “Che” Guevara y Alberto Granado en el film de Walter Salles: Diarios de motocicleta. Trazaron el itinerario por toda la Argentina y Sudamérica, embarcando así el viaje que marcó sus vidas para siempre. La vida en dos ruedas nos pone en un examen de autoestima y por qué no: nos libera de los prejuicios que podamos tener antes del periplo.

Pero hay un punto en común que se cruza entre los ciclistas y moteros, la palabra que los une por excelencia: Camaradería, pero… ¿cómo la traducimos al criollo? : “Cuando los motoqueros viajan en sus motos existe una Camaradería inigualable, se comparte todo: el viaje, el descanso, la comida, la bebida, el aguante, el combustible, etc.

Pero además, esto: lo hace un motoquero sin conocer al otro motoquero. Comparten esa camaradería motoquera”.

Los prejuicios y el miedo son un freno a la hora de embarcarse a una aventura y no distingue motor o pedal. En diálogo crossover de bicicleta y moto, 365 habló con los pehuajenses Valentín Girasole -ciclo viajero- y Ángel Martínez -moto viajero- quienes nos dieron su opinión de este tópico y de otras experiencias:

¿Qué le dirías a alguien que tiene prejuicios y/o no se anima a viajar?

Valentín: Los prejuicios son de lo peor, creo que el que más me chocaba era el prejuicio con la inseguridad, pero la verdad que no te pasa absolutamente nada, más bien todo lo contrario: la gente me paraba al costado de la ruta preguntándome si necesitaba algo, desde policías hasta moteros que me alentaban cuando me veía cansado y me gritaban ¡Dale, dale! Sin duda es el prejuicio más fuerte de todos en la previa, pero una vez que viajas te das cuenta que no es así.

Valentín Girasole: Más de 1000km en bicicleta por la Patagonia Argentina

 

Ángel: Obviamente miedo van a tener siempre, pero el miedo te paraliza, no te deja hacer nada. Pero en cualquier ámbito. Mi consejo es que se animen, si tienen ganas de hacerlo, que lo hagan.

¿Tuviste un proceso como para enfrentar este miedo?

A: Como ya había empezado a viajar por acá, más o menos había visto cómo era la cosa. Después también me abrió mucho la mente mirar los videos y ver que la gente no tenía problemas. Cuando llegaba a la frontera tenía sentimientos encontrados, no sabía que iba a pasar del otro lado, o sea, cómo iba a ser. Pero bueno… es más simple de lo que uno se lo tiene pensado en la cabeza.

¿Cuáles son las partes más positivas que ves al viajar? ¿Y las negativas?

V: Positivo tiene todo, no te voy a mentir; A mitad de camino inclusive, lloré de felicidad. Particularmente, lo negativo fueron dos cosas: el tráfico intenso de Bariloche y algún que otro día muy ventoso que no me dejaba pedalear.

A: Negativas no hay. No hay porque… todo lo malo se puede convertir en algo bueno, ¿no? Mirá, malo me pasaron dos o tres cosas nada más. Fue un mal momento y nada más. En Naranjal, Ecuador, un policía me pidió coimas, pero lo grabé, lo subí a las redes y se hizo viral en todo el país. Poco tiempo después, mucha gente me reconocía. En cierto momento, un policía me detuvo y pensé: “Es por lo del video”. Aunque inicialmente fue por eso, me felicitó por haberlo subido y por haber aclarado que no todos eran como ese policía.

Teniendo en cuenta el final del viaje, ¿qué cualidades encontraste vos en vos mismo que no conocías?

V: Sin duda alguna lo que más sentí, fue que podía hacer tantos kilómetros y no cansarme. Terminé el viaje y dije: loco, hice mil kilómetros en bici, no importa en cuántos días, pero está hecho.

Pasa que yo estaba en mi cabeza con la adrenalina del otro día. Con qué me iba a encontrar, y con un entusiasmo bárbaro, una felicidad inmensa. Estaba viviendo una aventura.

Era totalmente una aventura. Me sorprendía la capacidad del ser humano de hacer cosas increíbles cuando está feliz y lleno de energía, activo, vivo. Eso era lo que más me impactaba: la resistencia, la cantidad de kilómetros recorridos y el hecho de no sentirme agotado. Pensaba: “Mil kilómetros, che, ¿y no estás cansado?”. Pero no lo estaba.

¿Te acordás de aquel día que pedaleé 112 kilómetros? Estuve todo el día luchando contra el viento, pedaleando sin parar. Llegué de noche a un camping, y recuerdo que una francesa al principio no me quería recibir. Al final, me dejó entrar. Estaba reventado, pero comí algo, me fui a dormir, y al día siguiente hice más de 80 kilómetros como si nada.

La experiencia era tan intensa como asombrosa, y cada día confirmaba que el cuerpo humano puede llegar mucho más lejos de lo que creemos cuando estamos motivados.

¿Cómo te sustentabas económicamente?

V: Tenía mis ahorros y me daba algunos gustos. Por ejemplo, en ciudades como Esquel o El Bolsón, había días en los que llegaba con un hambre bárbara después de la noche y pensaba: “Me voy al centro a comer una milanesa con papas fritas”, y lo hacía. También me permitía el lujo de dormir en hostels de vez en cuando.

No siempre dormía en la carpa. Aunque la mayor parte del tiempo lo hacía porque me encanta, había momentos en los que, después de cinco o seis días seguidos durmiendo en la carpa, sentía la necesidad de descansar en una cama. Y me daba el gusto: pagaba dos lucas y media o tres lucas por un hostel y lo disfrutaba. Tené en cuenta que fue en el 2022.

A: Yo había llevado algunos ahorros: vendí un Fiat Duna que tenía, una Honda Titán y algo más que había juntado, pero sabía que en algún momento se iban a terminar. Por eso me llevé mis pinceles y con mi habilidad pude trabajar. Además, había hecho artesanías en madera que vendía y me ayudaban a seguir.

Y si tuvieses que ver una película de todo el viaje, imaginándote la memoria que tenés, ¿cuál fue el momento más lindo que viviste?

V: Y hay muchos. Pero lo que más disfruté, lo que pienso que definitivamente volvería a hacer si viajo de nuevo, es desviarme de la ruta principal y adentrarme en caminos desconocidos, tal vez un ripio o algo más solitario. Miraba el mapa y decía: “Che, acá hay un lago, un arroyo, y pum, me metía”. Era esa sensación de explorar, de descubrir qué podía encontrar.

Si me agarraba la noche, armaba la carpa ahí mismo. Era esa mezcla de adrenalina y aventura, esas ganas de seguir adelante, de vivir el momento. Y la verdad, lo hice muchas veces.

A: Sí, bueno, Machu Picchu, Cusco, Uyuni. El estar ahí, digamos.

Después me pasó algo muy loco en Colombia. Estaba en un pueblo que se llama Tuluá, el de Colombia, porque también hay uno en España, pero son distintos. Bueno, un motociclista me vio y llamó a otro, luego a otro, y así se fueron juntando varios. Uno sugirió: “¿Por qué no lo llevamos allá arriba, al pueblo, para que lo conozca?”. Todos se pusieron de acuerdo, y en poco tiempo había unas doce motos listas.

Era tarde, casi de noche, y me dijeron: “Ángel, vamos a llevarte a un lugar bien alto, desde donde se ven todos los pueblos entre las montañas. De noche, las luces son impresionantes”. Así que salimos. El camino era todo curvas y contracurvas, perfecto para las motos.

Llegamos al pueblo, cuyo nombre no recuerdo ahora, aunque era conocido; a veces lo mencionaban en la radio. Paramos en una plaza rodeada de palmeras, con verjas y palos que tenían palomares. Dejamos las motos y uno dijo: “Vamos al otro lado de la plaza, que venden hamburguesas”.

Mientras cruzábamos la plaza, empecé a sentir un escalofrío que me erizaba la piel. No pregunté nada, pero me sentía extraño, como si algo no estuviera bien. Llegamos al puesto de hamburguesas, un carrito, y comenzamos a pedir. Cuando el dueño me escuchó hablar, me dijo: “¿argentino?”. Le respondí que sí.

“¿De Buenos Aires?”, me preguntó. Le dije que sí, que de provincia. Se mostró interesado, comentando que siempre se informa sobre Argentina y que le gustaría conocer el país. Entre charla y charla, le pregunté si había alguna historia de ese pueblo.

“Ah, sí”, me dijo. “En esa plaza hubo una masacre hace muchos años. Era una cancha de fútbol en ese entonces. Llegaron dos camiones, se bajaron con ametralladoras y… bueno ya te imaginarás”. Me contó que eso había ocurrido hacía unos 40 años.

Ahí entendí lo que había sentido al cruzar la plaza. Fue como si algo del lugar, su energía o su historia, se manifestara en mí antes de saberlo. Pensé que, a veces, el aura de un lugar puede inspirarte, darte miedo o provocarte una sensación que no podés explicar.

Lo más extraño fue que intuía que algo malo había pasado antes de enterarme. Es distinto llegar a un lugar sabiendo su historia, porque esperas sentir algo. Pero cuando no sabes nada y aun así lo sentís, eso es lo verdaderamente impactante.

 

Ángel Martínez recorrió desde Argentina hasta Colombia en moto, no pudo avanzar hasta México por lo caro que era cruzar el canal de Panamá: su gran espina, cuenta él.

Ángel Martínez recorrió desde Argentina hasta Colombia en moto, no pudo avanzar hasta México por lo caro que era cruzar el canal de Panamá: su gran espina, cuenta él.

A la pregunta del por qué en dos ruedas, ambos viajeros tienen un punto en común: Valentín destaca que la experiencia es única al andar en bicicleta, señala que se va a un ritmo más relajado que en moto o auto. Resalta que andar en bicicleta agudiza los sentidos, y recuerda momentos donde pudo apreciar sonidos como el ruido de la cubierta en el ripio, los caballos y los pajaritos al salirse un poco de la ruta, por otro lado, Ángel destaca que la moto siempre fue lo suyo, pero menciona que sus próximos viajes serán en un motorhome, que empezó a armar.

Definitivamente la tecnología le dio un vuelco de 360 grados a las travesías en dos ruedas, ya sea por la alternativa que dan los caminos rurales por GPS, como la gran ayuda que ofrecen las comunidades digitales, tales como M.A.I (MOTO AYUDA INTERNACIONAL) que funciona de alerta en cualquier parte de Latinoamérica ya sea por conflictos en un país (cierre de fronteras, como sucedió en pandemia) o contratiempos en la ruta.

Pablo Imhoff (izquierda) y Ángel Martínez, en la llegada de Pablo a Pehuajó (2016)

 

El otro lado de las redes fue YouTube, ambos coinciden que se inspiraron en otros viajeros para dar el primer paso. Ángel contaba que años atrás hospedó al influencer y youtuber Pablo Imhoff, uno de los máximos exponentes de YouTube Argentina.

La vida en dos ruedas no es solo una forma de moverse; es una invitación a la aventura, un estilo de vida nómada y, para muchos, una herramienta de trabajo, ya sea como viajero o incluso nómada digital, transformando cada trayecto en una experiencia única de libertad.

Cada kilómetro representa una victoria, y cada encuentro con el camino es una oportunidad para dejar las preocupaciones atrás y abrazar la esencia de la libertad sobre dos ruedas. En esta travesía, cada momento se vuelve significativo, conectándonos profundamente con la experiencia de vivir, explorar y desafiar los propios límites en el viaje de la vida.

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