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Alicia Muñiz, un crimen evitable y un ídolo que terminó en la lona

Discutió. Gritó y la insultó. Le pegó, la tomó del cuello y la estranguló. Luego ella cayó inconsciente desde el balcón. Se estrelló sobre la losa. Segundos después, él termino en el mismo lugar. Pero con una diferencia: ella muerta, él herido. Ella era Alicia Muñiz, él era Carlos Monzón, el campeón, el ídolo, el golpeador.

Corría el 13 de febrero de 1988 en Mar del Plata, en uno de esos veranos que las carteleras de teatros estaban repletas de estrellas. Muñiz y Monzón, quienes estaban separados, pero intentando retomar su relación, habían pasado el día juntos. Por la noche, participaron del cumpleaños del animador Sergio Velazco Ferrero en el Gran Hotel Provincial, ese sitio icónico frente a la playa Bristol. Allí compartieron copas con el actor Adrián “El Facha” Martel, compañero de tropelías del ex boxeador, quien los invitó al casino y al Club Peñarol, otro clásico frecuentado por el “jet set” nacional. El festejo se extendió hasta la madrugada del 14 de febrero. Ya era el Día de los Enamorados.

La jornada veraniega siguió en la casa de la calle Pedro Zanni del exclusivo barrio La Florida, alquilada por la temporada por Martel, quien entonces integraba el elenco de Alberto Olmedo. Ya entre las cuatro paredes, la discusión derrotó al romanticismo. Al parecer, Muñiz le recriminaba a Monzón un aumento en las cuotas de alimentación que él le pasaba para Maximiliano, el hijo de ambos que había nacido a fines de 1981. Los gritos fueron ganando la escena de noche y luego se pasó a la agresión física, de esas que el boxeador tenía ya en su prontuario.

Mientras el niño de 7 años dormía en uno de los cuartos, el múltiple campeón golpeó a su mujer hasta dejarla inconsciente y arrojarla desde el balcón del primer piso. Minutos después se tiró él. La noche volvió a ser silenciosa, hasta que la Policía llegó al lugar. La primera declaración del ex boxeador fueron que Muñiz se había suicidado, aunque cuando las pericias empezaron a hablar, la historia fue diferente. Antes de caer, ya estaba fracturada e inconsciente.

 

Viaje al pasado

Alba Alicia Muñiz Calatayud había nacido en 1955 en Montevideo, y en 1972 decidió probar suerte, como modelo, en Argentina. Trabajó con Moria Casán, José Marrone, Jorge Porcel, Graciela Alfano y Adriana Aguirre, entre otras figuras. Aunque tanto sobre las tablas como en el cine en papeles menores.

Cuando el país vibraba con el Mundial 1978, la bella uruguaya se cruzó en un restaurante de la Costanera con el hombre que con un mazazo había derrumbó a Nino Benvenuti para ganar una pelea que le cambió la vida. Ese amor a primera vista se convirtió en una relación intensa, fogosa, como estaba acostumbrado a vivir Monzón. Sus celos hicieron que ella tenga que dejar la actuación. La dominación venció a la armonía y aunque ella intentó tener una ocupación con una peluquería y luego atendiendo una boutique, terminó dedicándole sus días a su hijo Maxi.

Las peleas pasaron a ser moneda corriente. Gritos, insultos, forcejeos, algunos con testigos, hicieron que la relación nunca terminara de acomodarse. Ella se iba de al lado del boxeador, pero al tiempo volvían a intentarlo. Hasta que llegó esa madrugada trágica y la muerte evitable. Es que Monzón ya había sido condenado en 1965 por lesiones leves y dos años después un juez le dio 18 meses de prisión por pegarle a un fotógrafo en una fiesta familiar. Además, su primera esposa, Mercedes Beatriz “Pelusa” García, lo denunció por agresión en 1977. También alguna vez Susana Giménez contó situaciones de golpes, aunque no en la Justicia. Algo que sí hizo Muñiz en dos oportunidades: 1986 y 1987.

 

Luces y sombras

Monzón llegó al juicio con la suerte echada. Las autopsias y reautopsias habían sido claras, aunque una parte de la sociedad seguía defendiendo al campeón. Hubo dos testimonios mediáticos que relataron el paso a paso de esa noche, pero que para los jueces no fueron ciertos. Uno, el más conocido, el de Rafael Crisanto Báez, “el cartonero”, un recolector que frecuentaba esa zona. Contó de los golpes en el balcón, de que la tiró y que después Monzón, tras ponerse los pantalones, saltó. Luego dijo que el ex boxeador gritaba: “Alicia se mató, Alicia se tiró”. No le creyeron y fue procesado por falso testimonio, aunque hay quienes sostienen que antes de que su versión fuera “contaminada”, ya que transitó varios canales de TV, era creíble.

Monzón tuvo varias contradicciones en el proceso: admitió haberle dado un cachetazo, pero dijo que no la agarró del cuello, algo que había asegurado en otra declaración judicial. Adjudicó el presunto olvido a una “neblina obnubiladora”. Lo cierto es que el tribunal no le creyó y en julio de 1989 lo condenó por homicidio simple (no existía la figura de femicidio) a 11 años de prisión. Para los fanáticos una injusticia, para otros era sabor a poco. Años después, uno de los jueces justificó que la violencia del acusado actuó como atenuante.

En 1993 en la cárcel de Las Flores, Santa Fe, recibió la visita de su amigo Alain Delon, quien se sorprendió por los cientos de personas que lo esperaban con banderas argentinas, fotografías del deportista, pancartas y cánticos. El amor de un sector del pueblo seguía pese a la condena.

Ya con salidas transitorias por su buena conducta, el 8 de enero de 1995, tras regresar de un asado, la ruta le jugó una mala pasada. El Renault 19 gris en el que viajaba con dos personas dio siete vuelcos y su cuerpo fue despedido.

Atrás quedaba una carrera impresionante, en la que defendió 14 veces su corona de peso mediano. A Monzón le faltaban un año y dos meses para cumplir su condena cuando murió en ese accidente. Unas treinta mil personas se reunieron en su velatorio, en el cementerio de Santa Fe. El ídolo continuaba brillando con luz propia, aunque para muchos debería haber seguido en la sombra de su celda. (Por Fernando Delaiti, para agencia DIB)

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